Saludo al altar y al pueblo congregado
El sacerdote y los ministros, cuando llegan al presbiterio, saludan al altar; en señal de veneración, el sacerdote y el diácono lo besan. El sacerdote, según los casos, podrá también incensarlo.
Terminado el canto de entrada, el sacerdote y toda la asamblea hacen la señal de la cruz. A continuación el sacerdote, por medio del saludo, manifiesta a la asamblea reunida la presencia del Señor. Con este saludo y con la respuesta del pueblo queda de manifiesto el misterio de la Iglesia congregada.
Acto Penitencial
Terminado el saludo, el sacerdote u otro ministro idóneo puede hacer a los fieles una brevísima introducción sobre la misa del día. Después el sacerdote invita al acto penitencial, que se realiza cuando toda la comunidad hace su confesión general y se termina con la conclusión del sacerdote.
Señor, ten Piedad
Después del acto penitencial, se empieza el Señor, ten piedad, a no ser que éste ya haya formado ya parte del mismo acto penitencial. Siendo un canto con el que los fieles aclaman al Señor y piden su misericordia, regularmente habrán de hacerlo todos, es decir, tomarán parte en él el pueblo y los cantores.
Gloria
El Gloria es un antiquísimo y venerable himno con que la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y al Cordero y le presenta sus súplicas. Lo canta o la asamblea de los fieles, o el pueblo alternando con los cantores, o los cantores solos. Si no se canta, al menos lo han de recitar todos, o juntos o alternativamente.
Se canta o se recita los domingos, fuera de los tiempos de Adviento y de Cuaresma, en las solemnidades y en las fiestas y en algunas peculiares celebraciones más solemnes.
Oración Colecta
A continuación, el sacerdote invita al pueblo a orar; y todos, a una con el sacerdote, permanecen un rato en silencio para hacerse conscientes de estar en la presencia de Dios y formular interiormente sus súplicas. Entonces el sacerdote lee la oración que se suele denominar "colecta". Con ella se expresa generalmente la índole de la celebración, y con las palabras del sacerdote se dirige la súplica a Dios Padre por Cristo en el Espíritu Santo. El pueblo, para unirse a esta súplica y dar su asentimiento, hace suya la oración pronunciando la aclamción: Amén.
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